La identificación y el carisma
Ahora ya, con un poco de perspectiva, se ve más claro lo ocurrido en las elecciones del pasado 4 de mayo en la Comunidad de Madrid. Aquel día ocurrió algo precioso, aquel día la identificación venció al carisma. Isabel es una chica normal que personifica a una administración eficiente. Todos sabemos que la eficiencia no es suficiente para ganar en España. Hasta ahora muy pocas veces la buena gestión ha vencido a la fantasía y su utopía. ¿Cómo ha podido ocurrir?
Una preocupación de todo novelista o productor de cine es que el protagonista guste, que la audiencia encuentre cualidades humanas comunes que hagan que se identifique con él. Es esta una preocupación que debería ser prioridad en todo diseñador de campañas políticas. En las escuelas de cine americanas, enseñan unas claves para provocar esta empatía tan necesaria entre el protagonista y el espectador. El primero y más importante de los mecanismos es el que ellos llaman “undeserved misfortune” (Desgracia Inmerecida, más o menos). Hay algo en nosotros que hace que nos identifiquemos en el acto con la injusticia, sea esta de causada por el azar o por alguien poderoso. Sobre todo si se trata del abuso de alguien poderoso. Presentas al principio de la película a una persona con un talento específico muy desarrollado pero que no ha sido reconocido por una sociedad que le ha tratado injustamente y, no falla, la identificación es instantánea. Tal vez porque todo el mundo se siente un poco así. Si, además, añades arbitrariedad y abusos de los poderosos la identificación se dispara. Ha sido este mecanismo de identificación elemental el que ha provocado el triunfo arrollador de una chica normal.
Pero ¿quién ha creado este mecanismo de identificación tan potente? ¿Quién le ha hecho la brillante campaña a Isabel Díaz Ayuso? Es como para felicitarle.
Durante esta pandemia el gobierno central se ha dedicado a la estigmatización constante de la Comunidad de Madrid y de todos sus ciudadanos. Los madrileños eran gente apestada, egoísta e insolidaria que iba llevando el virus y la muerte allá por donde viajaban. Irresponsables, insolidarios… asesinos. Una estigmatización que el ciudadano madrileño ha sentido como lo que era, injusta y desmedida. Se ha sentido víctima, y el victimismo es uno de los grandes mecanismos que más une y crea identidad.
La experiencia compartida de
estar siendo tratado de forma diferente ha creado un sentimiento de
colectividad, de identidad, donde éste apenas existía. El mal llamado “nacionalismo
madrileño” lo ha fabricado Pedro con su capacidad para discriminar desde la
administración central y sus medios de comunicación para estigmatizar.
A esta estigmatización de la ciudadanía se ha sumado otra igual de injusta: el ataque personal a la Presidenta de la Comunidad de Madrid. Ha sido ridiculizada. “IDA, tonta, vacía….” Se ha llegado a decir “Ayuso no es más que un globo de aire que no tiene prácticamente nada dentro” La deshumanización ha sido brutal. Esta doble injusticia ha hecho inevitable que se produjera la identificación entre madrileños y su presidenta.
Gracias a esta colosal campaña de los lumbreras de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, un tipo con carisma que representa a la peor ideología del siglo XX, ha perdido ante alguien simplemente cercano. Ni relato político norteamericano ni ideología racionalista europea ni gaitas varias, ha sido el maltrato colectivo a Madrid y el maltrato personal a Ayuso el que ha creado una identificación que ha roto las barreras de la pertenencia ideológica por primera vez en 40 años. Como la inundación que afectó a los perros de Pavlov, la situación de confinamiento y los efectos emocionales de la pandemia sin duda han ayudado, pero ha sido el propio gobierno de Pedro Sánchez el que ha puesto en marcha este mecanismo primario de identificación que ha regalado el triunfo a Isabel Díaz Ayuso.
Felicidades Pedro.
* II - Añadido
Ojalá lo ocurrido sea una señal premonitoria de lo que va a ser el siglo XXI porque es magnífica. Ojala, porque significaría que la ciudadanía ha vencido a la masa. Significaría que por fin hemos dicho adiós a las utopías y a sus portavoces desquiciados que han caracterizado lo peor el siglo XX. Significaría que el 4 de mayo dijimos adiós al líder sectario, a los resentimientos disfrazados siempre de buenismo comunitarista para saludar a una mujer que sólo personifica con humildad a una administración eficiente. Ojalá.
Significaría dar la bienvenida a nueva forma de liderazgo moderno, donde el colectivo administrativo dirigido por el poder político simplemente hace su trabajo cotidiano, como lo hace un fontanero, un albañil o un directivo. Y que el símbolo que personifica a esa administración política es una mujer sin demagogias ni pretensiones desmedidas, sin vanidad histórica, sin hubris. Significaría que la gente ya no exige a la política lo que la política no puede dar.
Además, es más bonita la identificación horizontal con los iguales por lo que uno tiene en común que la identificación vertical por lo que uno adora irracionalmente. Es más bonito compartir humanidad que dar lecciones a rebaños desde el púlpito. Más bonito darse la mano entre iguales que la genuflexión reverencial al superior.
Ahora es importante no perder el contacto con el suelo. A medio plazo, un problema puede ser que la persona que ha triunfado gracias a este precioso mecanismo de identificación se crea carismática, se tenga a sí misma por un líder clásica y empiece a neronear tipo Pablo, olvidando que es solo la cara visible de una administración eficiente. Perder el sentido de la realidad es comprensible, un halago de estas proporciones es capaz de desestabilizar a cualquiera.
Es una buena noticia que la identificación venza al carisma. Es infinitamente más bonita la identificación que la idolatría. ¿Quién quiere ser idolatrado cuando puede ser considerado Semejante? ¿Qué hay en la cabeza de algunos que prefieran lo primero a lo segundo?