A un emigrante español (1ª parte)
A un emigrante español (1ª parte)
03.08.07 @ 14:18:34. Archivado en Sobre el autor
(Quiero comentar una cosa desde la intuición y desde la más absoluta sinceridad. Sin contemplaciones. Sé que no lo admitirías de otra manera. Te aviso, ha quedado brutal. Es lo más cruel y más cierto que he escrito en mi vida. Aunque no sé si será “La Verdad”, es “mi verdad”, en pelota picada, tal y como la he vivido. Espero que lo entiendas como quiero que lo entiendas.)
Cuando a alguien se le reprime como se ha reprimido aquí a los españoles, cuando se les hace sentir acomplejados y culpables de haber nacido fuera, es normal caer en la trampa del asimilacionismo y adoptar los nuevos signos, Aitas, Aupas, Garikoitz, Donostis, lauburus… para socializar en las nuevas reglas de conducta con las que han sido reprogramados.
Primero se os amenazó, se os hizo sentir culpables, y luego os dieron la receta para que os curaseis: la obediencia a las reglas de la asimilación que ellos establecían. La asimilación en sí no era lo importante, lo importante era y es la obediencia. El respeto a lo que ellos deciden qué es lo vasco. Y la jerarquía que ello supone.
La ciudadanía, la vasquidad, era así una condición otorgada que había que ganarse en cada suspiro para demostrar el cumplimiento de los dictados nacionalistas. Un favor que os hacía esa supuesta aristocracia etnicista a la que os habéis sometido y que no es más que una pandilla mafiosa. Y mientras que los que carecíamos de “culpa”, los “vascos”, veíamos el truco, vosotros se lo agradecíais. Estabais encantados. Algunos alucinábamos con la sumisión que demostrabais y hacíamos lo imposible para intentar romper la apariencia de uniformidad que os imponían.
Los Jesús se llamaron Yosu, los José Ramón, Txerra y luego Erramun, los Luis, Koldo… Los Lopez se llamaron Loperena, los Hernandez, Ernandorena, los garcía Gartzia. Y empezamos a escuchar nombres cada día más ridículos, entre los manipulables por la culpa: los ESPAÑOLES acomplejados que tenían que compensar el estigma de su españolidad y los FRANQUISTAS que tenían que compensar su pasado o el de sus padres. La gente que observaba este fenómeno cotidiano empezó a preguntarse: ¿qué les pasa a estos apañoles?
Es una enajenación peligrosa. Se ha cometido un crimen sobre el emigrante. Se le ha deshumanizado. Se le degrada para que deje de ser un hombre; para que la vergüenza y el miedo quiebren su carácter, para desintegrar su persona y manipularlo mejor. Es una técnica muy vieja. Se les mete culpa luego se les manipula y se les reprograma. Se os dijo que erais una mierda y vosotros asentisteis. Al fin y al cabo erais españoles y nunca os habéis sentido gran cosa. A los emigrantes se os humilló. Se os obligó a un mimetismo nauseabundo. Se os castró el orgullo – nunca tuvisteis demasiado - y cumplisteis al pie de la letra las “recomendaciones” de los nacionalistas para integraros.
A los emigrantes se les marcó en la frente con hierro candente los principios del etnicismo y la sumisión a los locales, se les introdujeron en la boca mordazas de frases hechas, los convirtieron en seres falsificados. En mentiras vivientes. En travelos étnicos. Sigue ocurriendo. Lo veo todos los días. Cada vez que un español renuncia a su Papá para pasar al Aita está aceptando una intromisión ilegítima en su individualidad y reconociendo que él es un problema, que su españolidad es un estigma. Al renunciar a las palabras que tienen sentido emocional para él acepta someterse. Por eso el Aita de un apañol suena tan sospechosamente parecido a un “Sí, Bwana”.
¿Qué español consciente se dedicaría a matar a todo lo bello y propio, todo su origen, sus raíces, su españolidad con el único fin de convertirse en vasco? En vasco tal y como los nacionalistas lo han decidido. Esa caricatura que ni es vasca ni es na.
Aceptasteis lo español como estigma. Y vosotros mismos os metisteis el escalpelo de la culpa y os rebanasteis la memoria, con una sonrisa. Vosotros mismos aceptasteis que estabais enfermos, que vuestro ser, vuestro origen, era una enfermedad curable con las recetas nacionalistas. Mientras otros hacíamos el camino contrario, para deciros, que no, que os estaban manipulando. Y nos mirasteis con desprecio y nos llamasteis ¡Españolazos! Preferisteis al nacionalista, y os aplicasteis concienzudamente a negaros a vosotros mismos y a practicar el Garikoitz, el Donosti y el eslogan. Os redujisteis. Os convirtieron en una caricatura y aceptasteis encantados.
Les explicaron que su pasado, su memoria… su ser no se ajustaba a la nueva verdad de la vida: lo vasco. Los convirtieron en monstruos. Siguen haciéndolo. Y todo esto lo han hecho hablando de la “identidad.” ¡Vaya burla! No sólo han extirpado al español que vivía en cada uno de vosotros, con ello os han amputado vuestra humanidad. Una exquisita lobotomización étnica. Un asesinato. Se les ha extirpado una parte importante de ellos mismos. En términos de psiquiatría, están "traumatizados. A los españoles los sitúan en una contradicción insoportable que, tarde o temprano, todos pagaremos: odian lo que son. Mira a Javi Clemente, un zamorano comportándose tal y como le han dicho que se han comportado siempre los vascos, haciendo el ridículo cada vez que abre la boca, empeñado en demostrar que es lo que no es. ¿Cuántos españoles ves cada día en la calle haciendo lo mismo, convertidos en ridículos apañoles?
La justificación de este aristocratismo vasco, la condición cacique del localista, del originario… el vasco como superior es una neurosis introducida y mantenida por los nacionalistas entre los emigrantes, con su consentimiento. Con viejísimas técnicas de manipulación. La vergüenza que el maqueto siente hacía sí mismo es una técnica de dominación que, como siempre, está basada en la humillación.
A mí me interesaría muchísimo que un psiquiatra me explicase las consecuencias psicológicas de un etnicismo tan avasallador para el que aquí lo padece, el que es repetidamente obligado a la asimilación y la castración de lo propio: el español.
En el País Vasco hay una violencia estructural sobre los españoles y sobre los vascos a los que quieren reducir a una caricatura. Y esto, cuando se descubra el truco, va a terminar muy mal. Para entonces, espero haberte hecho caso y haber emigrado.
De cualquier forma, un más que respetuoso saludo.
* No sé si tu caíste en cierta trampa psicológica que acabo de describir, ni si practicaste el asimilacionismo que se te exigía. Pero sospecho que sí, porque ahora me echas la culpa a mí cuando hablo de estas cosas y te ofende descubrir que te engañaron y fuiste traicionado por los tuyos. Se te dijo que tenías que hacerlo, que tenías que hacerte el campechano, llamar a tus hijos no sé cómo y hablar de tal manera, y vestir, y decir ciertas frases clave nacionalista que pasan por una ideología pero que no son más que una colección de eslóganes para practicar el no-pensamiento. ¿Ahora me echas la culpa a mí de que obedeciste? ¿Es esta la causa de tu enfado? Seguramente esté equivocado y tú no te hayas asimilado ni renunciado a lo tuyo. También seguramente me estaré pasando de listo como suele ser habitual, pero tu reacción me dice que quizá, que puede.
¿Por qué si no te enfadas conmigo? Te enfadas porque no puedes permitirte creer que te robaran la voluntad en un Donosti, en un Garikoitz, en un Egun on, que el virus del gregarismo te fuera inoculado a través de algo con apariencia tan inocua como un uso social. No puedes asimilar que te hayan manipulado - ¡y tanto! - con un truco tan tonto. Ni que te lo recuerden cada vez que ves los nombres que pusiste a tus hijos. Claro, como la verdad es demasiado dura, y tú no aceptarías eso de ti mismo, estás obligado a creer que yo soy un idiota.
(Fin de la 1ª parte… y ahora viene la segunda que es la más interesante)
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